Época: Mundo islámico
Inicio: Año 622
Fin: Año 1072

Antecedente:
Economía y sociedad



Comentario

A pesar de la dificultad para desarrollar una agricultura estable y productiva en muchas regiones y del esfuerzo continuo que exigía la puesta a punto y el mantenimiento de sistemas de regadío, a menudo abandonados en tiempos posteriores cuando falló el orden político y social que los había creado, el sector agrario era fundamental y requería el trabajo de la gran mayoría de la población aunque esta realidad haya dejado pocas huellas y testimonios. Había, en primer lugar, una agricultura de secano cerealista, basada en el trigo y la cebada, y en técnicas antiguas que no se renovaron como, por ejemplo, el empleo de arado romano, aunque algunas tuvieron mucho mayor uso, como sucede con los molinos de agua. Tampoco hubo grandes innovaciones técnicas en los cultivos de regadío pero sí que ocurrió su difusión y homogeneización, así como un aumento de las tierras irrigadas y, en especial, un perfeccionamiento de las normas de organización del riego y otros aspectos de régimen de uso y mantenimiento que serían luego aceptados y difundidos por otras sociedades, por ejemplo en la España cristiana. Los principales medios y técnicas se referían al uso de acueductos, aljibes y cisternas, presas, kanat o minas de agua muy frecuentes en Irán, norias, balancines o chaduf típicos de Egipto, pozos artesianos, más frecuentes desde el siglo XIV, con los que se alimentaban las redes de acequias.
Diversos tratados de agronomía permiten comprobar también aquella mezcla entre tradicionalismo y mejor organización, a la vez que dan noticia sobre los diversos productos. Algunos jugaron un papel importante en la transmisión de conocimientos: la "Agricultura Nabatea" de Ibn Wahsiya, el "Calendario de Córdoba", en el siglo X, el tratado del andalusí Abu Zakariyya y los de los toledanos Ibn Bassal e Ihn Wafid, en el XI, pueden ser buenos ejemplos.

La mejora de las comunicaciones introducida en el amplio mundo islámico y sus relaciones exteriores permitieron adaptar o difundir nuevas plantas cultivadas, aunque las mediterráneas tradicionales conservaron mayor importancia. Siria, Egipto y el Magreb eran las principales zonas productoras de trigo y cebada. El olivo se extendió mucho, por ejemplo en Siria y Túnez, porque el consumo de aceite en la alimentación creció al estar vedado el de grasa de cerdo. Por el contrario, el consejo de la tradición contrario al consumo de vino fue responsable de que el viñedo se redujera en muchas regiones a la condición de cultivo muy secundario, pues sólo se consumía la uva fresca o pasa, pero en al-Andalus y en el Siraz persa no se cumplió tanto aquella recomendación y hubo, además, viticultura practicada en diversas regiones por minorías judías y cristianas. Entre las especies extendidas a nuevas regiones en aquellos siglos cabe destacar la caña de azúcar, objeto de grandes plantaciones en el bajo Iraq, el algodón, en cuyo cultivo destacaron la alta Mesopotamia y Siria, el arroz, la palmera datilera, los cítricos, plantas tintóreas como el índigo, especias como el azafrán, frutales y hortalizas como el albaricoque, las espinacas o las alcachofas, además de diversas plantas medicinales.

Las condiciones de desarrollo de la ganadería eran diversas, según las especies. Había pocos bovinos y, por lo tanto, insuficiencia de ganado de labor y tiro, debido a la escasez de pastos naturales adecuados; otra fuerte carencia de las tierras islámicas, relacionada con la anterior, es la relativa al bosque y la madera, salvo en zonas montañosas del Taurus o del Libano, del Magreb o de al-Andalus. Por el contrario, los amplios espacios áridos eran adecuados para su uso extensivo por rebaños trashumantes o sedentarios de ovinos, en especial cabras y por especies mejor adaptadas como los dromedarios, los camellos turcos, o las diversas razas de caballos cuya mejora se cuidó con esmero. Por último, se obedecía casi sin excepciones la prohibición de consumir carne y grasa de cerdo -llegó a ser un dato de orden cultural, no sólo religioso- lo que explica que no haya habido cría de estos animales.

Es difícil conocer las realidades sociales del mundo rural en aquellos siglos. Los textos jurídicos y los contratos agrarios facilitan datos interesantes pero parciales. La tierra de plena propiedad privada o mulk era escasa, debido a las prescripciones islámicas, salvo en Arabia y Mesopotamia, pero la tierra de la comunidad o umma casi nunca era cultivada por aparceros contratados por los agentes del poder político, sino que se cedía en usufructo perpetuo o qati'a (plural qatai) a musulmanes que se obligaban a cultivarla y a pagar la limosna legal. Otras tierras seguían en manos, a título de usufructo, de antiguos propietarios no musulmanes, que debían pagar siempre el impuesto territorial o jaray: posteriormente, si tales tierras pasaban a ser cultivadas por musulmanes, no por ello dejarían de pagar tal impuesto. Porque, en efecto, las transmisiones de usufructo de tierra entre particulares eran continuas, por herencia o por venta de dominio útil. Por el contrario, en las tierras cuya renta pertenecía a instituciones religiosas o asistenciales o se aplicaba a obras publicas, la movilidad era mínima: aquellos bienes waqf o habus eran una especie de manos muertas cuya importancia aumentó especialmente desde el siglo XI.

Los grandes propietarios o, en muchas ocasiones, dueños de dominio útil, solían tener residencia urbana, salvo en Irán, donde los dihqan vivían con frecuencia en sus tierras, así como otros propietarios de origen no musulmán. El empleo de esclavos no era especialmente abundante, salvo en el caso de los zany de la baja Mesopotamia, porque se prefería utilizar su trabajo en las ciudades, de modo que el régimen de trabajo más frecuente fue la aparcería bajo diversas formas: con entrega del quinto de la cosecha al aparcero (muzara'a); con entrega de la mitad en tierras de huerta, donde el trabajo era más intenso (musaqat); con reparto de la propiedad o dominio útil mediante contrato de complantación (mugarasa). La sunna recomendaba a los dueños de tierra que la cultivaran directamente, pero esto sólo tuvo un efecto general: el de dificultar los contratos de aparcería de larga duración e impedir los equivalentes a los censos enfitéuticos europeos. Los contratos de arrendamiento también fueron muy escasos, salvo en algunas regiones del Irán. Sin duda, aquel régimen de usufructo de la tierra tuvo consecuencias poco positivas pues, por una parte, desincentivaba cualquier intento del campesino para mejorar la explotación de una tierra en la que no tenía arraigo duradero, y por otra, al hacer del dueño un mero rentista, que a menudo vivía lejos, también desanimaba su interés por innovar o por mejorar rendimientos. Pero aquella esclerosis no debió ocurrir siempre ni ser tan general: las fuertes inversiones para crear y mantener redes de regadío así lo demuestran.

Sin embargo, con la decadencia del califato abbasí y, en otras regiones, con los desórdenes políticos y la entrada de poblaciones nómadas, hubo fenómenos de regresión y deterioro que fueron con frecuencia irreversibles. La adscripción al suelo del impuesto territorial, con independencia de la religión del dueño, hizo más gravosas las exacciones que pesaban sobre los campesinos e impulsó a que pequeños propietarios se sometieran a talyi´a, himaya o encomienda de gentes poderosas que podían esquivar mejor la presión fiscal. Los califas cedieron a menudo en el siglo X la percepción de impuestos en las tierras sujetas a jaray, de forma temporal, en el régimen llamado iqta, que guarda cierta semejanza con el beneficium europeo contemporáneo, aunque pocas veces era hereditario pero producía una subrogación comparable pues, además, el beneficiario de la iqta tomaba a su cargo la defensa del territorio. Aquellos poderosos, encomenderos y beneficiarios de iqta dejaban con facilidad de pagar el diezmo o zakat al fisco califal, de modo que su crecimiento mermaba las posibilidades a la vez del poder político público y de los campesinos cultivadores de la tierra: su proliferación inició una época nueva en la historia social del Próximo Oriente a partir de los siglos X y XI.